Introducción: ¿Por qué ''América Latina''?

Feria de San Telmo en Buenos Aires, Argentina. Fuente: Gilmar Mattos/Flick










La civilización que se extiende desde el Atlántico y el Caribe hasta el Pacífico, y desde Norteamérica hasta la Antártida, no tiene un nombre preciso. ¿Por qué llamarla entonces, América Latina? Porque sus límites geográficos exactos y cualidades antropológicas también se nos escapan. Ni el Caribe ni el Atlántico, ni el Pacífico, ni Norteamérica o la Antártida son murallas para la civilización de América Latina. Al contrario, son puertas por donde su influencia se abre al mundo.

De acuerdo con los criterios que definen el ámbito geográfico por el que se extiende esa confederación cultural -y algo más- que es la Conferencia Iberoamericana, estos límites bien podrían estirarse hasta Bélgica y Holanda. Aunque sea una idea poco conocida, hay vínculos históricos y culturales que nos unen a Bélgica y Holanda desde el siglo XVI. En ese entonces había un Imperio carolino que las unía con el continente americano; hoy tenemos un país llamado Surinam que es miembro de la CELAC, de UNASUR, de Petrocaribe. De ahí que una de las lenguas cooficiales de estas organizaciones sea el neerlandés.

Países que integran la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Lenguas cooficiales: español, portugués, francés, inglés y neerlandés. Fuente: Wikimedia Commons. Autor: Hpav7.
Pero si comenzamos nuestro análisis por el Norte de Europa fue porque por alguna parte había que empezar. El mapa de países miembros de la Conferencia Iberoamericana habla por sí mismo, y podríamos haber comenzado por cualquier otro punto geográfico:
Mapa de los países que participan en las Cumbres Iberoamericanas.
Fuente: Wikimedia Commons. Autor: Hidra92.
Referencias: En AZUL, países miembros de pleno derecho; en ROJO, miembros asociados (Guinea Ecuatorial, Filipinas, etc); en AMARILLO, miembros que han solicitado su ingreso (poco visible en el mapa, se encuentra en este caso la isla de Timor en el archipiélago malayo, al sur de Indonesia y Filipinas; y Belice en Centroamérica); en VERDE, miembros que podrían incorporarse en un futuro.


Para seguir con el ejemplo: ¿qué tienen en común con nosotros Bélgica y Holanda o Países Bajos?
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Este es un célebre cuadro que se encuentra en el Museo del Prado, en Madrid. Su autor fue el pintor flamenco Rogier van der Weyden, que vivió entre 1400 y 1464. El cuadro se conoce como El DescendimientoLos reyes de España se dedicaban -entre otras cosas- a descubrir valores artísticos, y compraron muchas obras de la escuela de pintura flamenca, entre ellas, El Descendimiento.

Flandes es una de las tres regiones que componen Bélgica, junto con Valonia y Bruselas. Sus idiomas oficiales son el neerlandés y el francés. Durante la Edad Media florecieron en ella ciudades como Gante, Brujas e Ypres. En 1384, esta zona quedó bajo el dominio de los duques de Borgoña, y en 1477, de la dinastía de los Habsburgo, que reinó en España entra 1516 y 1700. 

Carlos I, uno de sus miembros más destacados, nieto de los Reyes Católicos Fernando e Isabel, nació en Gante en 1500, y murió en Yuste, España, en 1558. Carlos heredó por línea materna su derecho a la Corona de Castilla, que estaba asociada con lo que hoy llamamos América; pero en aquel entonces los europeos creían que formaba parte de Asia y llamaban Indias, de manera que a sus habitantes se los conocía como indios. Fue por este camino un tanto laberíntico, pero propio del universalismo renacentista -tan distinto del sectarismo y el separatismo propios de nuestra época- que los flamencos quedaron conectados con los indios.

El parentesco de los Habsburgo con los Trastámara (1369-1555), y de estos con la Casa de Borgoña, hizo del heredero común, el César Carlos I de España, (hijo de Juana I de Castilla y Felipe el Hermoso, y nieto de Maximiliano I de Habsburgo y María de Borgoña), así como de su madre, la Reina Juana, soberanos de los dos hemisferios de la Tierra.

En 1520, el César Carlos y Juana de Castilla, la Reina Madre, eran, por cuestiones de herencia dinástica, no de conquista militar, 

''Reyes de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Ierusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algecira, de Gibraltar, de las Islas de Canaria, de las Indias, islas y tierra firme del Mar Océano, Condes de Barcelona, señores de Vizcaya y de Molina, Duques de Atenas y de Neopatria, Condes de Ruisellón y de Cerdeña, Marqueses de Oristán y de Gorciano, Archiduques de Austria, Duques de Borgoña de Bravante''.

Este mosaico de reinos -aunténtica ''colcha de retazos'' si se nos permite la expresión popular- llegó a verse con el tiempo como un solo reino, llamado ''de España e Indias'', donde España no era el nombre de un Estado ni de una nación, sino de una región, de límites un tanto indefinidos, formada incluso por otras regiones, y las Indias, confundidas con Asia y en gran parte desconocidas -''por descubrir''-, el nombre de una región todavía más indefinida.

Ahora bien: el 14 de septiembre de 1519, y el 9 de julio de 1520, se dictaron dos Reales Cédulas por las cuales, dentro de este mundo de regiones quedó constituido como unidad jurídica, el Reino de Indias. La primera se dictó para la isla La Española (actuales Repúblicas de Haití y Dominicana), la segunda, genérica, estableció que Las Indias -el continente americano y parte del asiático-, junto con sus islas y costas, integraba desde entonces y para siempre, un único Reino, separado, indivisible e inalienable, con el mismo estatus jurídico que los demás Reinos bajo aquella Corona que compartían a medias el César Carlos y la Reina Juana.

''Que las Indias Occidentales, Islas, y Tierra Firme del Mar Océano, descubiertas y por descubrir, con todos sus pueblos, sean de la Corona Real de Castilla y León, y no se puedan enajenar, todas, ni parte de ellas, por ningún título, ni causa, perpetuamente, y la enajenación que se hiciere, sea en sí ninguna''.

Carlos y Juana se lo prometieron y juraron a los descubridores y pobladores: ''Y porque es nuestra voluntad y lo hemos prometido y jurado, que siempre permanezcan unidas para su mayor perpetuidad y firmeza, prohibimos la enajenación de ellas''.

Lo cual significa muchas cosas, todas ellas poco conocidas y teñidas por estereotipos y prejuicios:
  • América NO era propiedad de España;
  • SÍ, en cambio, estaba vinculada a la Corona de Castilla y León (NO a Castilla y León);
  • Por estas circunstancias, constituía, un único Reino, indivisible e inalienable: no podía ser vendido, dividido, ni cedido de ninguna forma a otro soberano de Europa o del mundo.
  • A través de España, América conectaba con el mundo, y el mundo con América.
Si el lector ha tenido la paciencia de seguirme hasta este punto, ahora le pido que preste atención a una cuestión bien interesante, y es la siguiente:
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En 1545, la dinastía europea de los Habsburgo, representada por Carlos I de España, se vinculó con la dinastía americana de los Incas, cuyo heredero era, en esa fecha, Sayri Tupac, hijo de Manco Capac II, fallecido en 1544, soberano del Tawantinsuyu, el Reino de ''las Cuatro Regiones'' del mundo por ellos conocido, que se extendía a través de toda la cordillera de los Andes y la costa del Pacífico de América del Sur. El reconocimiento se obtuvo gracias a la mediación del Virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza (el Virrey era el representante del Rey en América, con la misma dignidad):

''Os otorgamos estos privilegios de acuerdo con nuestros deseos porque queremos ligar ambas coronas para constituir un buen gobierno y paz en el Reino de las Indias''.

En la Nueva Coronica y Buen Gobierno, obra bilingüe castellanoquechua que Don Felipe Guaman Poma de Ayala, del linaje de los Príncipes del Tawantinsuyo terminó de escribir a principios del siglo XVII, el Inca Sayri Tupac aparece representado de esta manera:

Andrés Hurtado de Mendoza y Sayri Túpac, según Felipe Guaman Poma de Ayala. Lámina del tratado indohispano conocido como Nueva Coronica y Buen Gobierno, que es al mismo tiempo una crónica y un propuesta de reformas.

Así fue como llegó a existir el Reino de las dos Coronas; la Corona de Castilla y León (a través de la cual el Imperio carolino de Carlos I se vinculaba con América), y la Corona de los Incas, reconocida como tal y cuyos representantes tenían el mismo estatus jurídico y social que la nobleza europea. El Reino de las Dos Coronas era como decir el Reino de los Dos Hemisferios, representados por las dos Columnas de Hércules: 
Lema Plus Ultra en el Ayuntamiento de Sevilla. Corresponde al periodo del reinado de Carlos I. Fuente: Wikimedia Commons. Autor: Ignacio Gavira.
Cuando Sayri Tupac llegó a ser Inca tenía solo 9 años. Como en 1534 Francisco Pizarro se había asentado en el Cusco, en Perú, Sayri Tupac se estableció en Vilcabamba, en lo que es la actual República de Ecuador. La escena representada más arriba reproduce el momento en que Andrés Hurtado de Mendoza y Sayri Tupac se reúnen en Lima. En parte como resultado de esta reunión, Sayri Tupac se convirtió al catolicismo y tomó el nombre de Diego. Cuando falleció, en 1561, en Yucay, su medio hermano Titu Cusi Yupanqui se convirtió en el III Inca de Vilcabamba.

Expedición para la investigación de las ruinas de la antigua Vilcabamba en 1976. Dirigida por los arqueólogos polacos  Tony Halik y Elzbieta Dzikowska. 

Lo que importa de este relato es la forma cómo muchas historias se fueron entrelazando hasta formar un auténtico tejido social, cultural y político entre pueblos diferentes y físicamente distantes, unos en Gante y otros en Vilcabamba. 

A pesar de la unión y de la integración, es muy difícil establecer qué tenían en común estos pueblos entre sí, qué tienen en común ahora. En Europa, se podría decir que esa unidad proviene de una base cultural latina, dicho en sentido amplio: no solo como herencia lingüística del latín, sino de muchas otras manifestaciones culturales, la mayor parte de las cuales, no se desarrollaron en la Antigüedad clásica griega y romana, sino durante la Edad Media. Todo un mundo cultural latino marcado por influencias celtas, germánicas, árabes, sirias, bereberes. Una comunidad unida por una religión: la Cristiandad

Esa Cristiandad medieval es la que florece durante la Baja Edad Media con el Humanismo, y durante la Época Moderna con el Renacimiento y el Barroco. Pasaría mucho tiempo antes de que dejara de verse como Cristiandad de raíz latina. Restos de esa antigua unidad son lenguas como el español, portugués, gallego, catalán, italiano, francés, provenzal, pero también rumano, romanche, sardo, valón, etc, las llamadas lenguas romances de Europa. Pero siempre debemos tener presente que la herencia latina de Europa no se reduce solo a las lenguas latinas. También se refleja en el Arte, en el Derecho, en la Literatura, en la Política, en la Filosofía, en la Ciencia, en los elementos de infraestructura que proporcionan el confort propio de la civilización europea (como los acueductos y carreteras), incluso entre pueblos que no hablan lenguas latinas.

Lenguas romances de Europa. Fuente: Wikimedia Commons. Autor: Prestonpans.
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Luego tenemos una difusión mundial de las lenguas romances, sobre todo a partir del siglo XV:

Difusión de las lenguas romances en el mundo. Fuente: Wikimedia Commons. 
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A fines del siglo XVI ocurre un acontecimiento de máxima importancia, que no podemos dejar de comentar: 

En 1580, Felipe II, hijo de Carlos I de España y de Isabel de Portugal, heredó de su abuelo el Reino de Portugal, Brasil y Algarve o Algarbes. De manera que hasta 1640, en que fue proclamada la dinastía de los Braganza en Portugal, también formaron parte del Reino de España e Indias, la costa occidental de África, las islas del Atlántico Sur descubiertas por los portugueses, como Ascensión y Santa Elena, parte de la India, Ceilán e Insulindia, además de Brasil.

Dicho Reino extendido, -''descubierto o por descubrir''- fue heredero de la Cristiandad, -la comunidad religiosa europea de la Edad Media- y del ideal de Estado ecuménico o universal de los humanistas del 1500. Felipe II, la cabeza europea de estos vastos dominios, nació en 1527 en Valladolid y murió en 1598 en San Lorenzo del Escorial. Fue Rey de España, Portugal, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Duque de Milán, soberano de los Países Bajos y Duque de Borgoña, rey de Inglaterra e Irlanda jure uxoris, es decir por razón de vínculos matrimoniales. Lo sucedió Felipe III, Rey de España y Portugal entre 1598 y 1621. Su heredero Felipe IV reinó hasta 1665; hasta 1640, fue Rey, no solo de España e Indias, sino de Portugal, Brasil y Algarve.

De manera que el mapa de España e Indias, Portugal, Brasil y Algarve (y algo más) lucía así: 


Podemos encontrar muchas semejanzas entre este mapa de la Unión Ibérica y el mapa actual de la Conferencia Iberoamericana que ya vimos más arriba:
Mapa de los países que participan en las Cumbres Iberoamericanas.
Fuente: Wikimedia Commons. Autor: Hidra92.
Referencias: En AZUL, países miembros de pleno derecho; en ROJO, miembros asociados (Guinea Ecuatorial, Filipinas, etc); en AMARILLO, miembros que han solicitado su ingreso (poco visible en el mapa, se encuentra en este caso la isla de Timor en el archipiélago malayo, al sur de Indonesia y Filipinas; y Belice en Centroamérica); en VERDE, miembros que podrían incorporarse en un futuro.
Estas semejanzas no son porque sí, ni de casualidad. Lo que tenemos ante nuestros ojos es una auténtica herencia histórico-cultural. Algo que conecta Gante con Vilcabamba. Lo que nos interesa de esta herencia histórico-cultural es esa urdimbre capaz de poner en contacto a los pueblos y de hermanarlos.

Por el principio de sucesión de los Estados, el Reino de España e Indias, de Portugal, Brasil y Algarves -más allá de sus vicisitudes históricas- es el antecedente más importante de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, fundada en 1991; de América Latina, con sus 21 millones de km2 y 600 millones de habitantes, hoy nucleada íntegramente en la CELAC; y en general, de todos los proyectos de integración regional.

En su suelo, pueblos de orígenes diversos aprendieron a convivir en una misma Patria Grande, y entendieron que tenían un destino común. De ahí que el Reino de España e Indias sea también el antecedente del ejercicio continuo de la soberanía popular y de la autodeterminación de los pueblos, dentro de unos Estados nacionales cuyos límites territoriales siguen los que en su día tuvo aquel. Por esos ideales político-sociales se vivió y se luchó, y muchos hombres, mujeres y niños murieron y sufrieron.

La Junta de 1808, formada en la circunstancia excepcional de reversión de la soberanía cuando Fernando VII estaba prisionero, reiteró la idea de unidad e indivisibilidad en el Juramento de Aranjuez:

''No oír ni admitir proposición alguna de paz sin que se restituyese a su trono al soberano legítimo, y sin que se estipulase por primera condición la absoluta integridad de España y de sus Américas, sin la desmembración de la más pequeña aldea''.

La Constitución de 1812, -que rigió en Hispanoamérica y Brasil-, establece que la nación española o hispano-americana es libre e independiente, y que ella se extiende a lo largo de los dos hemisferios de la Tierra.

Las transformaciones históricas vividas en este espacio histórico y cultural entre 1780-1825 son, por su extensión en el espacio, por su profundidad en el tiempo, y por lo contundente de los cambios que provocan, más trascendentes que las revoluciones burguesas de Francia y EEUU en el mismo periodo. Lo justo es decir que sin ellas nunca hubiera comenzado la Época Contemporánea.

Cien años después, la Revolución Mexicana de 1910 se adelanta casi una década a la Revolución Rusa de 1917; lo justo sería afirmar que es con ella (y con la Revolución China de 1911) que comienza el siglo XX. Nuestra capacidad para ver la historia de manera positiva depende de dónde pongamos el foco: si lo ponemos en un proceso de honda transformación social, como es la Revolución Mexicana, que sin esquemas ideológicos convoca a luchar por la democracia política y social a las comunidades campesinas indígenas, a los obreros y capas medias, o si lo ponemos en una Guerra Mundial que fue una contienda sanguinaria por el reparto colonial de los mercados, como la Gran Guerra de 1914.


A lo largo del siglo XX, aunque con pérdidas, la Comunidad de los dos hemisferios logró mantener sus vínculos. Lo que ocurra en el siglo XXI, depende de nuestra capacidad para recordar la historia y preservar la memoria, conservando una de las identidades más valiosas que ha producido la Humanidad sobre la tierra: la nuestra.

La civilización de América Latina, si es que vamos a llamarla así, por las razones expuestas, se hizo para conocerla y disfrutarla. Y para disfrutarla conociéndola, a través de un relato histórico libre de prejuicios. 

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